Den
skarpsindige adelsmand Don Quijote av La Mancha
Son dos tomos de gran formato, lomo de piel roja y tapas de cartón. Una
combinación nada atrayente. En la página inicial una firma: V. Leitmann. También un ex libris con otro nombre muestra que como mínimo
fueron dos los propietarios. Entre sus hojas una fotografía de unos niños, probablemente apellidados Leitmann o Helmer.
La edición(1) se hizo en Kristiania –la actual Oslo– en 1916 y 1918 en plena Primera
Guerra Mundial en la que, junto a Suecia y Dinamarca, Noruega se mantuvo
neutral. Compartir una misma raíz idiomática une en las adversidades mientras
separa las variantes locales en busca de identidad propia. Hombres y mujeres
distintos unidos por el mismo patrimonio de la lengua y deudor de los mismos antecedentes
mitológicos.
Esta edición destaca por los numerosos grabados de Wilhelm Marstrand,
pintor danés, unos pocos de Honoré Daumier y, sobre todo, por una reproducción
del dibujo de Goya del álbum F
(1813-1823) (2) grabado por Bracquemod, que se encuentra en la Biblioteca Nacional.
Es un dibujo donde Don Quijote señala con su dedo las fantasías que le
ocupan. No son fantasías de caballero andante, sino que lo son como las que
podría tener cualquier paseante por los caminos que unen las separadas villas,
de aquí para allá. Goya destaca, al tiempo que esconde a medias, la zancada de un
orejudo sacerdote erecto y la mirada obscena, por debajo de las faldas, de la
que podría ser la desvergonzada Altisidora. ¿Y si ‘El Quijote’ con todos sus
dobles sentidos fuese un texto erótico? Quizá no haya que ir tan lejos, quizá
es que describe la realidad de nuestros pensamientos tan subidos de tono y tan
escondidos. ¿Qué sería si estuvieran en la superficie a la vista de todos?
Miedo es poco, terror es lo que daría lugar este despellejamiento. De ahí la inmovilidad
a la que nos vemos abocados. Por suerte, existen caballeros andantes que
liberan las cadenas y hacen del deseo el estímulo para mezclar las fantasía con
la realidad, un resultado siempre incierto. La sexualidad del Siglo de Oro,
mostrada por las plumas de Quevedo, Lope de Vega y el mismo Cervantes (3), es
una esfera de la existencia bien revuelta, donde la pasión y la lujuria se mezclan con
astucias en situaciones cómicas y que, en no pocas ocasiones, originan consecuencias trágicas
a las que con frecuencia los personajes se veían abocados. Claro, ahora en
cierto sentido, es todo un poco más insulso, la tensión, el apuro de una caída
en el abismo ha sido sustituida por la impronta de las imágenes, donde la
pornografía aplana todo riesgo. El honor ya no juega en este partido; ha sido
sustituido por el poder y los héroes y heroínas metrosexuales, pero también, en el otro extremo, por las drogas sexuales que mueven los cuerpos en equilibrios peligrosos al borde del precipicio del cráter del volcán. El riesgo es lo que mueve, sea a caballeros andantes, sea a galanes en busca de damiselas vírgenes o mujeres malcasadas, sea a los consumidores del sexo fármaco-dependiente del siglo XXI. Mientras, la saciedad es privilegio de algunos pocos.
Nunca se gana del todo…
Nunca se gana del todo…
Notas
2. Don Quijote en manos de Goya.
Jesús Pérez-Magallón. CES.XVIII,26: 155-178
3. Amor y Sexo en el Siglo de
Oro. Luciano López Gutiérrez. Abada Ed. Madrid 2019
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