viernes, 22 de mayo de 2020

Mi Quijote noruego

Den skarpsindige adelsmand Don Quijote av La Mancha

Son dos tomos de gran formato, lomo de piel roja y tapas de cartón. Una combinación nada atrayente. En la página inicial una firma: V. Leitmann.  También un ex libris con otro nombre muestra que como mínimo fueron dos los propietarios. Entre sus hojas una fotografía de unos niños, probablemente apellidados Leitmann o Helmer. 

                                               

La edición(1) se hizo en Kristiania –la actual Oslo– en 1916 y 1918 en plena Primera Guerra Mundial en la que, junto a Suecia y Dinamarca, Noruega se mantuvo neutral. Compartir una misma raíz idiomática une en las adversidades mientras separa las variantes locales en busca de identidad propia. Hombres y mujeres distintos unidos por el mismo patrimonio de la lengua y deudor de los mismos antecedentes mitológicos.
Esta edición destaca por los numerosos grabados de Wilhelm Marstrand, pintor danés, unos pocos de Honoré Daumier y, sobre todo, por una reproducción del dibujo de Goya del álbum F (1813-1823) (2) grabado por Bracquemod, que se encuentra en la Biblioteca Nacional.


                   



Es un dibujo donde Don Quijote señala con su dedo las fantasías que le ocupan. No son fantasías de caballero andante, sino que lo son como las que podría tener cualquier paseante por los caminos que unen las separadas villas, de aquí para allá. Goya destaca, al tiempo que esconde a medias, la zancada de un orejudo sacerdote erecto y la mirada obscena, por debajo de las faldas, de la que podría ser la desvergonzada Altisidora. ¿Y si ‘El Quijote’ con todos sus dobles sentidos fuese un texto erótico? Quizá no haya que ir tan lejos, quizá es que describe la realidad de nuestros pensamientos tan subidos de tono y tan escondidos. ¿Qué sería si estuvieran en la superficie a la vista de todos? Miedo es poco, terror es lo que daría lugar este despellejamiento. De ahí la inmovilidad a la que nos vemos abocados. Por suerte, existen caballeros andantes que liberan las cadenas y hacen del deseo el estímulo para mezclar las fantasía con la realidad, un resultado siempre incierto. La sexualidad del Siglo de Oro, mostrada por las plumas de Quevedo, Lope de Vega y el mismo Cervantes (3), es una esfera de la existencia bien revuelta, donde la pasión y la lujuria se mezclan con astucias en situaciones cómicas y que, en no pocas ocasiones, originan consecuencias trágicas a las que con frecuencia los personajes se veían abocados. Claro, ahora en cierto sentido, es todo un poco más insulso, la tensión, el apuro de una caída en el abismo ha sido sustituida por la impronta de las imágenes, donde la pornografía aplana todo riesgo. El honor ya no juega en este partido; ha sido sustituido por el poder y los héroes y heroínas metrosexuales, pero también, en el otro extremo, por las drogas sexuales que mueven los cuerpos en equilibrios peligrosos al borde del precipicio del cráter del volcán. El riesgo es lo que mueve, sea a caballeros andantes, sea a galanes en busca de damiselas vírgenes o mujeres malcasadas, sea a los consumidores del sexo fármaco-dependiente del siglo XXI. Mientras, la saciedad es privilegio de algunos pocos.
Nunca se gana del todo…
                                                          
 Notas
1. Traducción de Magnus Gronvold y Nils Kjaer
2. Don Quijote en manos de Goya. Jesús Pérez-Magallón. CES.XVIII,26: 155-178
3. Amor y Sexo en el Siglo de Oro. Luciano López Gutiérrez. Abada Ed. Madrid 2019

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