Es una edición de los años sesenta con la reproducción de los dibujos que había hecho Dalí. El papel de tamaño folio recuerda al de la revista Destino, de pocos gramos y algo brillante, lo que da lugar a una combinación poco atractiva, aunque pretensiosa. El libro es la encuadernación de los fascículos que fueron saliendo durante meses. Todo ello desmerece algo el trabajo de un Dalí tan generoso en la profusión de dibujos de todo tipo. La traducción es del hispanista Vittorio Bodini del que se celebra ahora el primer centenario de su nacimiento. Poeta, ensayista, traductor, siempre inmerso en la cultura del Sur como Europa.
Volviendo a los dibujos de Dalí, hay uno que me gusta en especial: se ve a Don Quijote de espaldas saliendo del establo montado sobre Rocinante. Es el momento que contiene el drama, toda la tensión del hombre enfrentado a su futuro: allí fuera esperándolo un destino lleno de monstruos y todo tipo de seres a cuál más peligroso. Sin embargo, lo único real es que ese hombre va a enfrentarse a la imagen que de sí tiene. La lucha con los espectros y malandrines, al fin, puede ser cómica, pero el encaro con uno mismo contiene el drama más profundo al que un caballero andante se pueda enfrentar.
¿Cómo viró el Renacimiento para alcanzar por un lado un tiempo musical impregnado de ritmo y, por otro, una narrativa de intensidad? Así dejó de valer la contemplación polifónica, con lo que quedó liberado al aire el canto roto de lo personal. En cuanto a las letras, el cielo multicolor cayó sobre los polvorientos caminos de la vida, y Cervantes pudo regalarnos el género de la novela. De esta manera lo debió ver también Shakespeare en su más que probable estancia en el país transalpino. Y también Michael de Montaigne que viajó por tierras italianas cargado de libros. Opera, novela, ensayo, teatro. Si bien estos hombres no coincidieron en el tiempo en ese lugar, todos pasaron por él y algo debieron compartir. ¿Con qué aire tan fecundo contaminaron su creatividad para atreverse a poner al hombre frente al hombre?
Cuando Orfeo se giró para mirar a Eurídice, a sabiendas que esto la devolvía al mundo de los muertos, aceptó su drama,
el mismo que asumió Alonso Quijano al salir, adarga en mano, por los campos de Castilla; después, ya roto y desgarrado volvió Don Quijote. Desde entonces seguimos sin encontrar una cura para esas hendiduras que nos arpan. Pero, ¿dónde está el consuelo? No en el escepticismo de Montaigne, ni en la acerada disección de Shakespeare. Quizá en la música sacra de Monteverdi, o en las lágrimas sinceras de Sancho Panza.
Nota: Ayer fue Santa Cecilia, patrona de la música!