“O engenhoso Fidalgo Dom Quixote de
la Mancha”
Me
sorprendieron de Lisboa sus desniveles. Es curioso que cuando te has imaginado
algo, experimentarlo en contra de tu idea previa crea un cierto desasosiego. Y
eso en cosas tan triviales como si una ciudad es más o menos plana. Lisboa me pareció una ciudad en cierto
sentido fracturada, y por lo tanto diversa. Su falta de homogeneidad me llamó
fuertemente la atención, así como que su monasterio más famoso, Los Jerónimos,
estuviera literalmente fuera de la ciudad, como en un aparte. Por otro lado, el
barroquismo que quiere unificar la ciudad no deja de poner de manifiesto
todavía más su diversidad. En el barroco, con todos sus recodos, con tanto trasiego como el que
se originó entre un aquí y un allá, no es de extrañar que se abriesen espacios
para la trasformación del individuo, es decir, para la realización personal de
los horizontes imaginados. Lisboa, abierta al inmenso océano al final del enorme río, me pareció una puerta a lo desconocido de su mar infinito,y también de lo ignoto
de sus propias aguas.
Busqué por los mercadillos de la ciudad una edición del
Quijote en portugués, pero me volví a Barcelona sin conseguir ninguna. Hubieron
de pasar casi diez años hasta que consiguiese una edición. Editada en Lisboa en el año 1933 me regaló mi familia brasileña en Sao Paolo. Es una edición en tres volúmenes, de tamaño
pequeño, todos ellos amarillentos, con una dedicatoria a una tal 'Dona Hilda',
fechada el 13/1/950, en Guaira, es decir en la frontera entre Brasil y
Paraguay.
Cataratas de Iguazú, cerca de Guaira, por que en Brasil todo está cerca |
Con mi madre en las cataratas, el mes que cumplió los noventa |
¿Qué viaje tan
fantástico, desde Lisboa al Brasil, al Brasil fronterizo,- ¡y en los años
cuarenta!-, para después de estar en una estantería de una tal Sra. Hilda, ir a
parar a Sao Paolo, y de allí a mi biblioteca! Ah!, y no sé si en la anotación
de la fecha, el hecho de no poner la unidad del milenio es un error sin más, o
bien responde a una idea de mantener la identidad precolombina. La traducción
es conjunta de los Viscondes de Castilho y de Azevedo. El primero fue “el” escritor
y poeta romántico portugués, ciego
desde la edad de los seis años. Vivió y trabajó hasta la edad de 75 años. No
pudo leer ni tampoco escribir y su labor fue posible al escuchar y dictar.
Murió sin acabar la traducción del Quijote, que lo hizo otro vizconde, el de
Azebedo.
Recordando otros literatos ciegos Jorge Luís Borges dijo
que al traducir hay que interpretar y luego vertirlo en la segunda lengua, es
decir ¡qué mejor que un poeta para interpretar y traducir a otro poeta! De
hecho, traducir es recrear en otra lengua en un sentido amplio. Y, ¿qué mejor
que un poeta romántico para comprender el espíritu libre de Don Quijote y recrearlo en una lengua distinta? Para
Don Quijote la fuerza del deseo,
la libertad individual y por consiguiente su poder, fueron las características
que le permitieron pasearse por media península cuando la Inquisición amarraba
las almas y los cuerpos. Fue Spinoza, un descendiente portugués sefardita
afincado en los Países Bajos, buen lector del Quijote, el que subrayó que es el
deseo de Alonso Quijano el que mantuvo vivo a don Quijote. De hecho, creo, que
esta es la novela de Alonso Quijano, que aunque se le ve poco a lo largo de la
historia, él es el hombre y sólo
él el que la hace posible. No son las locuras de Don Quijote, sino la cordura
de Alonso Quijano, con su inquebrantable deseo de mantener vivo a su personaje,
la que hace universal a la obra, y también, dialógicamente, la parte de locura
de Alonso Quijano y la parte de cordura de Don Quijote las que acaban de dotarla
de verosimilitud, de proximidad a
las realidades vivenciales.
Son muchas las
lenguas que traducen ‘hidalgo’ por
algo que es más parecido a ‘caballero’: en aleman ritter, chevalier en francés, knight en
inglés. Claro que Don Quijote era un ‘Caballero’, pero Alonso Quijano era un
‘Hidalgo’, es decir, aquella persona
que es hija de unos hechos o condiciones de carácter mayor, noble, y de
los cuales y por los cuales, sus actos encuentran fundamento y capacidad de
poder. Es aquí donde Alonso Quijano se presenta con toda su fuerza para hacer
prevalecer los valores antiguos de la Caballería Andante, que se abren hacia
los nuevos de la sociedad de los
siglos XVII al XX, y de los que somos herederos. Por eso la vida siempre nos
trae a alguien con pasión de vivir, voluntad insobornable, poder, deseo y
utopía a raudales. Y así fueron muchos, como José Antonio Labordeta, que nos
dejó el año de 2010, después de cabalgar por toda España con sus
canciones y su discursear en
solitario en las Cortes de la carretera de San Jerónimo.
J.A. Labordeta |
Entre tanto Gilda, eros, se va haciendo presente a lo largo
de todas las aventuras en forma de deseo, en forma del ser deseado y a través
de todos los medios que de uno llevan al otro. El hombre enamorado y la mujer
idealizada, y objeto de ese amor, son enlazados en mil formas distintas que los
aproximan al mismo tiempo que los alejan entre sí. Es una tensión que atraviesa
todas las aventuras y que, como tal, queda irresuelta, aunque ha permitido que
se desarrollase toda la historia. Es, pues, eros el ánima de la obra. Aunque
sólo sea el de un hombre tímido y melancólico es de tal potencia que es
capaz de llenar de contenido todos los mundos de Alonso Quijana y de Don
Quijote.