"De geestrijke riddere Don Quichot van de Mancha"
Recibí los cuatro volúmenes que
componen esa edición de 1941 desde una librería de viejo situada en el barrio
de Jordan de Amsterdam, a pocos metros del canal Prinsengracht. Al otro lado de
la rivera se encuentra la iglesia Westerkerk con su campanario, el más alto de
la ciudad antigua.
La casa de Ana Frank y la Iglesia |
Estos libros seguro que habían reposado años y años en
los estantes de esa librería oyendo
puntualmente, cada día, el repicar de aquellas campanas, siempre
regulares, excepto, claro, los
domingos en que como si tuviesen
un acceso febril se activan repicando casi sin parar, en una llamada a la que
es imposible no darse por aludido. A pocos metros y en la misma acera, se
encuentra la casa donde se refugió la familia Frank. La misma Ana se refiere en
su famoso diario a esas campanadas, las mismas que hoy podemos todos seguir escuchando. No las pudieron escuchar más aquellos que
perdieron la vida en esa barbarie aniquiladora que asoló Europa en los primeros
años cuarenta, justo cuando la tinta de estos volúmenes se estaba secando.
¿Cómo era posible que coexistiera tanto horror, tanto odio, con la alegre
llamada al servicio del Señor?. En el altillo de la familia Frank, en obligado
silencio contrastado con el repicar de las campanas, transcurrieron más de cien
semanas, con sus cien domingos y sus correspondientes Pascuas. Sigue si poderse
dar a día de hoy una respuesta mínimamente consoladora a tanta ignominia.
Me llegaron los
libros envueltos en papel de diario holandés, que no desentonaba con el aspecto
gris de los volúmenes, gordos, algo ásperos. Este Quijote corresponde a una
traducción nueva, la de C.F.A. van
Dam y el poeta J.W.F. Werumeus Buning. El prólogo, en español y holandés, por
el cónsul español en la Haya, Germán Baraibar y Usandizaga. El papel grueso, y
la impresión algo imprecisa,
correspondían a tiempos de escasez. Holanda bajo el dominio nazi, y de fondo el “problema “
judío. Habían pasado casi trescientos cincuenta años desde la publicación de la
primera parte del Quijote y Europa seguía inmersa en una problemática
perennemente irresuelta. La España de Felipe II, contrareformista e
inquisitorial, vivía sobre una ausencia muy presente: el pueblo
judío sefardí expulsado, aparte de aquellos conversos que quedaron semiescondidos. Tres siglos
después, casi lo mismo, aunque en grado sumo de crueldad con la solución final.
Es en la España barroca
y cerril, que inicia su andadura una figura imprescindible para la historia,
nuestro Quijote, que desde
entonces no deja de surcar caminos, por cualquier parte del globo, en donde la
injusticia sistematizada prevalezca. Parece ser que
el cónsul Baraibar, hombre muy bien posicionado en el nuevo régimen franquista,
consiguió sacar de los Países Bajos a un buen
número de ciudadanos judíos sefardíes, ademas de otros procedentes del centro
Europa, todos con visados españoles. Lástima que él sólo estuviese en el país hasta
1942 y que su acción no hubiese podido prolongarse para salvar a muchos más, como pasó en Hungría, y también en otras delegaciones españolas que extendieron visados a judíos sefardíes
como si todavía de españoles se tratase. Fue ésta una acción del nuevo régimen
franquista quizá servida por un cierto quijotismo en la defensa de los desvalidos. Sin
embargo, también es cierta la represión de las comunidades judías establecidas en territorio español, por
lo que en general la actitud
oficial española, la del nuevo régimen, quedó, como mínimo, algo ambigua. Por otro lado, no creo que esta actitud tan valerosa fuese por un sentimiento compensación al pueblo holandés por los ochenta años
de ocupación de las tropas españolas a caballo de los siglos XVI y XVII. Mas bien pienso que fueron acciones aisladas de almas infiltradas por el más puro espíritu quijotesco.
El holandés
me parece un idioma de jotas, kas, us e ís. Así cuando Don Quijote le dijo a
Sancho aquello de: Vriend Sancho, zult gij zien de dingen, es decir, Amigo Sancho, cosas veredes,
no creo que ni el propio Cervantes, con su más que probable historia familiar judeo conversa,
hubiera podido imaginarse la debacle que vería contemporáneamente esa nueva
edición de su Quijote. Pero, y aquí se ve la grandeza de nuestra
especie, una niña de apenas catorce años, metida en un zulo, del que sólo
saldría para ir a morir a un campo de exterminio, nos deja la siguiente
reflexión:
“Para todo el
que tiene miedo, está solo o se siente desdichado, el mejor remedio es salir al
aire libre, o a algún sitio en donde poder estar totalmente solo, solo con el
cielo, con la naturaleza y con Dios. Porque sólo entonces, sólo así, se siente
que todo es como debe ser y que Dios quiere que los hombres sean felices en la
humilde pero hermosa naturaleza.
Mientras
todo esto exista, y creo que existirá siempre, sé que toda pena tiene consuelo,
en cualquier circunstancia que sea. Y estoy convencida de que la naturaleza es
capaz de paliar muchas cosas terribles, pese a todo el horror”
No sé porqué, pero me parece que la pequeña
Ana era conocedora de la existencia de las soledades bajo las estrellas del Caballero de la Triste
Figura. Y si no es así, es que fluye por debajo nuestro un
mundo participado, en donde aportó muchos granos de arena el más erasmista Cervantes.