domingo, 22 de diciembre de 2013

Mi Quijote en hebreo

El Quijote Hebreo






Recibí los dos volúmenes desde Tel Aviv. Tapas rojas, duras, algo plastificadas en recuerdo de aquellos años sesenta invadidos por la nueva tecnología del petróleo. El papel de tacto estraza, amarilleado y más oscuro de los bordes. Su aspecto poco cuidado no hace honor al traductor, el literato Nathan Bistritzky de origen ruso, ni al pintor que lo ilustró, Marcel Janco, procedente de Rumania. Ambos emigraron a Palestina para participar en la construcción de un nuevo hábitat, allí donde lo tuvieron sus antepasados. Nathan Bistritzky nació en Rusia en 1896 y llegó a la cálida Palestina en 1920 después de la Primera Guerra Mundial. Trabajó sobre el judaísmo de Sudamérica y fue el primero que tradujo el Quijote completo al hebreo. Esto último pasó en la década de los cincuenta. Desde Bucarest llegó en 1941 Marcel Janco empujado por la marea nazi. Era un año mayor que Bistritzky. Había participado junto a otros artistas en la fundación del dadaísmo en Zurich. En aquella Suiza tan burguesa habían soñado que el caos y la racionalidad no racional podrían ayudar a hacer un mundo mejor. Ambos, hombres rotos por la locura del siglo XX, llevaron su Quijote a Israel.


Don Quijote impartiendo justicia con los galeotes

Miré por Google Earth la tiende desde donde me habían enviado los ejemplares.
Curioseé por sus alrededores, y cuál no fue mi sorpresa cuando descubrí en el parque colindante una escultura que bien podría representar el espantoso baladro de un monstruo quijotesco.
Monstruo en el parque de Har HaBanim de Ramat Gan en Israel

Pero no, es otro tipo de monstruo, una alegoría al horror del Holocausto.













Don Quijote, personaje que fue sensible a la pérdida de la "península de las tres culturas", en su incesante movimiento por los caminos en búsqueda de aventuras, de buen seguro, lo habría interpretado como el mayor de los enemigos. Él, que se mantuvo en movimiento continuo para construir un universo de justicia, hubiera luchado contra ese mal hasta la extenuación, como ningún otro caballero andante.

Bistritzky y Janco viajaron hacia la tierra prometida para construir su mundo. Contrariamente los viajes del Quijote eran distintos: él viajaba para construir el mejor de los posibles, independiente de cualquier lugar. Ellos precisaron hacer habitable un espacio donde cupiese su historia. Por contra Don Quijote, en su irracional racionalidad, no se sentó, ocupó un tiempo sin espacio, transitó, y por lo tanto duró. Las cosas a su alrededor sí estuvieron fijas, pero él, que siempre mantuvo una distancia, sufrió desde su radicalidad una profunda infelicidad.

Don Quijote vencido en las playas de Barcelona





Soñamos que habitar la tierra es la mayor garantía de felicidad, y para ello no paramos de asentar y construir. Sin embargo, una grieta se abre bajo nuestros pies; la humanidad nos separa siempre de la tierra, por lo que, queramos o no, nos hace trashumantes. Esta es la razón por la cual Alonso Quijano, cuando se vio confinado en su casa, no pudo mantener con vida a Don Quijote, porque la naturaleza del hombre tiene más de temporal que de espacial, más de abertura a lo desconocido que de cerrajón entre las paredes.








Nota: Los dibujos son de M. Janco