viernes, 25 de febrero de 2022

Mi quijote belga

 

Histoire de l’admirable don Quichotte de la Manche

 

            La segunda etapa de este circuito por las costas atlánticas en busca de ‘Mis Quijotes’no cambia mucho de paisaje, aunque al sur de Holanda uno se topa con una realidad social diferente donde la homogeneidad ha quedado diluida en un mundo diverso. Esto es algo que inevitablemente ha tenido un impacto en los embrollos de mi búsqueda, así como en las impresiones que me han proporcionado los Quijotes encontrados.

            Bélgica, el País Bajo más meridional, es un estado sin lengua propia. Recoge en él tres tradiciones lingüísticas, el francés en el sur, el neerlandés en su variante valona en el norte y el alemán en el este. Los protestantes al norte, los católicos en el sur. Es pues un país fronterizo, un mundo de fricción en donde la supervivencia se ha de basar,dentro del cruce de identidades, en el diálogo intercultural e interreligioso. 

            Al no existir una lengua belga propiamente dicha, en mi búsqueda de un Quijote de aquel lugar lo que encontré en una primera instancia fue un estudio comparativo del insigne caballero con el periodista belga más famoso, Tintín[1]. Una aproximación ciertamente curiosa entre dos personajes circunspectos luchando contra el mal, cada uno con su forma y destino. El manchego aprendiendo de fracasos, el belga impertérrito e inexpugnable como uno de los primeros y más famosos héroes el siglo XX, con su identidad bien definida, e indeleble. Al mismo tiempo, como explica J.M. Soldevila en su libro, quedan claras las similitudes entre ambos, Tintín y el Quijote, lo que hace que resulten sobrepuestos los límites entre ellos. Igual ocurre entre la ficción y la realidad, o entre las ficciones mismas entre sí, sean tintinescas o quijotescas; existen terrenos ambiguos, fronterizos, entre las distintas naturalezas encaradas. Siguiendo mi camino tropecé con un Quijote de Avellaneda[2]traducido al francés y editado los primeros años en que Bélgica asentaba su independencia como Estado, allá por las décadas cuarenta y cincuenta del siglo diecinueve en plena efervescencia romántica. Me pareció que esta coincidencia podría dar algún destello, alguna luz que iluminase este hecho fronterizo al que me enfrentaba, que es el juego de los límites donde se dirime de manera muy especial el vínculo vago entre la realidad y la ficción, lo verdadero y lo mixtificado cuando no falso ya de entrada, la literatura frente al registro yermo de datos objetivos, o la vida cotidiana contaminada –quizá habría que decir ya infectada–, por las redes sociales. De todas maneras, el Quijote de Avellaneda no era mi objetivo. Así que seguí investigando. No sin dificultades, obtuve el catálogo de la exposición que se realizó en Bruselas en el año 2005[3]. Se conmemoraba el cuarto centenario de la publicación de la primera parte del Quijote. Una exposición sobre la presencia del Quijote en Bélgica. ¡Lo que necesitaba! Bélgica, los Países Bajos Meridionales, fue la cuna de las primeras ediciones del Quijote fuera de la península ibérica, todavía en vida del propio Cervantes, algo que él mismo cita en la segunda parte del Quijote, aunque con alguna inexactitud. Estaban allí los datos que precisaba. ¡Por fin! Continué, pues, mi búsqueda exhaustiva de algún ejemplar que necesariamente debería ser antiguo ya que entrado el siglo XIX la tradición de publicar allí el texto cervantino se había extinguido. Amberes, Lieja, Bruselas son ciudades que albergaron editoriales de manufacturas exquisitas, que editaban principalmente en francés y buscaban altos estándares de calidad en su labor editorial. El libro, como elemento en sí mismo, había adquirido ya por esos tiempos un alto valor como objeto; la textura del papel, la letra impresa, la encuadernación, los gravados. Un trabajo de múltiples profesionales, artesanos, para obtener un producto de alta calidad como los seis libros que constituyen la edición del Quijote que finalmente encontré y adquirí. Editados por la famosa librería Bassonpierrede Lieja en 1757[4], hace casi trescientos años, he asumido ahora la responsabilidad de custodiarlos adecuadamente en mi biblioteca.

 




Nunca he tenido unos libros tan antiguos. Es una sensación extraña, nueva para mí. Llegaron desde una librería en Toulouse, empaquetados con esmero, lo propio cuando entre las manos hay algo que merece un cuidado especial. ¿Cuántos propietarios habrán tenido en todos estos años? Es conocido el primero, el que dejó su ex librisbien adherido en cada uno de los volúmenes y que los depositó en la biblioteca de su castillo cerca de la ciudad de Pau. Pierre-Clément de LAUSSAT[5]que nació en este lugar en 1756 y murió en el mismo en 1835 después de haber sido el último gobernador de Louisiana, los debió tener en sus manos varias veces, al menos para ver los treinta y un grabados[6]que ilustran el texto. 

 

Pierre-Clément de Laussat

 

Están los volúmenes etiquetados con los números 1579 al 1584, así es que la biblioteca habría sido espléndida. Allí debieron esperar todos los años que estuvo ausente en Louisiana y después en las Antillas como alto funcionario del Rey, para recibirle a su vuelta y acompañarle en el castillo durante los últimos veinticinco años de su vida. Los libros están tan bien conservados que con toda probabilidad no han sufrido muchos traslados, es decir, que buena parte de esos casi trescientos años se los han pasado en el anaquel que les dio cobijo recién llegados. No parece que hayan sido leídos salvo por una carcoma que dejó un túnel de perfecta hechura circunferencial comiéndose varias letras en su recorrido transversal de unas cuantas páginas de uno de los volúmenes. Un viaje, seguro, que le debió originar un placer literario sin parangón a una carcoma.

 

 



 

Alguien se tomó la molestia de escribir con tinta sepia el origen de la traducción[7]. Había sido una de las primeras que se hizo a la lengua gala y lo hizo según los cánones de la época, es decir, ajustando el texto al gusto de los posibles lectores, algo, que hoy día, solo es admisible para las ediciones infantiles. Pero los tiempos eran los tiempos. ¿Qué descendiente Laussat vendió la biblioteca? ¿Quién la compró? Miro los libros y me pregunto ¿cómo eran esas personas que antes que yo tocaron, olieron, abrieron cada uno de esos seis volúmenes? Me une a ellos el aprecio por el libro, por el Quijote, por el coleccionismo. Miro esos volúmenes y no obtengo más datos de esos hombre y mujeres que me precedieron; no han dejado más señales en sus páginas. Sin embargo, sé que estuvieron ahí. De algún modo los adivino, están todos presentes, desde los que los hicieron posibles como objetos, así como los que los conservaron hasta el día de hoy. Me recuerda una vez más que no estamos solos. Tengo la seguridad de que más allá de mi habrá alguien que también los cobijará, los hará suyos, alguien que me dejará como un eslabón más de una cadena de hombres y mujeres de sintonías análogas. En un mundo diverso, como el belga donde se rompen las fronteras, estas personas compartirán parte de mi yo, eso tan indefinible que solo el Quijote supo asegurar de él mismo: ‘Yo sé quién soy’. Por eso, quizá, al resto de los mortales, esos de identidades borrosas, antiheroicas, nos produce tanta admiración. Nosotros, perdidos entre tanta bruma, solo tenemos una vaga idea de quiénes somos. Quizá también, por alguna razón semejante, o emoción no explicable, me guste coleccionar Quijotes. 

 

 



[1]Soldevila, JM: Del Quijote a Tintín. Relaciones insospechadas entre un libro de ‘burlas’ y un tebeo ‘infantil’ Ed Cal.ligraf Figueres 2020

[2]Don Quichotte de Avellaneda, Ed. Didier Librairie. Paris 1853

[3]Don Quijote en Bélgica. Ed. Instituto Cervantes, 2005

[4]Histoire de l’Admirable Don Quichotte de la Manche. Ed. J.F. Bassompierre, Liége, 1775

[5]Laussant, P.C: Mémoires sur ma vie, a mon Fils. Ed. E.Vignancour, Pau 1831

[6]Grabados de Michel Eben de Frankfort   


 

 


[7]Traducción de François FILLEAU DE SAINT-MARTIN (1632-1691),

 

Enric, Enero 2022

No hay comentarios:

Publicar un comentario