Parece que nadie lo ha leído, de tal manera que si se queda en mi biblioteca permanecerá virgen. Está editado en 1996 por lo que no ha pasado muchos años en ese bullicioso barrio, un rincón del antiguo Istambul que ha mantenido su carácter cosmopolita por las numerosas delegaciones diplomáticas alojadas en él. Multitud de paisanos y algunos extranjeros habrán tenido este volumen entre sus manos sin decidirse a comprarlo, así que lo encontré medio abandonado en ebay.
Ahora a Cervantes le hubiera gustado pasear por esas calles y practicar algo el turco aprendido durante el tiempo que estuvo cautivo en Argel. De buen seguro habría encontrado este mismo ejemplar y hubiese tenido una gran emoción al leer: "La Mancha'nin, adini hatirlamadigim bir köyünde, ..."
A dos calles de la librería se encuentra el Museo de la Inocencia: el único museo del mundo basado en un libro. Orhan Pamuk publicó en 2008 la historia de dos familias turcas; la acción novelada transcurre desde los años cincuenta del pasado siglo hasta el inicio del actual. En el año 2012 inauguró el museo que contiene todos los detalles sobre los que se apoya el relato. Una simbiosis entre texto y arquitectura/ornamentación que recuerda que este mundo es el resultado de una mezcla de ficción y fantasía sobre la presencia de los objetos. Pamuk había recibido ya el premio Nobel de literatura, en el año 2006, después de enfrentarse a un proceso inquisitorial en pleno siglo XXI por unas declaraciones sobre el pueblo kurdo realizadas a pecho descubierto. Tuvieron que salir en su defensa todas las grandes plumas, además de ponerse en marcha una movilización general para frenar su procesamiento, y también para la defensa de la libertad de expresión. Cuatrocientos años le separan de Cervantes, pero las condiciones de opresión siguen emergiendo igual que entonces. Cervantes las conoció bien, como todo escritor de su tiempo. Al igual que Orhan Pamuk, Cervantes se posicionó en su día públicamente, -en su caso respecto a los moros, moriscos y turcos-, pero dados sus tiempos poco amables a caballo de los siglos XVI y XVII, él solo pudo utilizar sutilezas literarias. Pero valentía, la misma.
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| Museo de la Inocencia |
Dicen que el hombre ha de nacer dos veces; una a la luz exterior y otra
a la interior. Es esta segunda la que con toda probabilidad vio Cervantes en
Argel, una luz matizada por el mediterráneo bereber tan multicolor. De buen seguro le aportó la capacidad de
ver más allá de las formas aparentes, con lo que descubrió la mezcla quimérica que amalgama la esencia de cualquier
hombre y mujer. Esa fue su dimensión, el suelo narrativo y fantasioso de su propio existir
y el de sus personajes. Un tipo nuevo de identidad reconocible hasta en nosotros mismos. Sin
embargo, esta matriz moderna tampoco impide que sigamos inmersos en la ambivalencia
entre la asignación de dignidad -ahora llamada derechos humanos-, y la garra feroz del mal, ese mismo al que Don
Quijote, a pecho descubierto, se había enfrentado sin desfallecimiento.



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